
El francés Pierre Pisis, mediante sus observaciones científicas, se dió cuenta de que el Aconcagua no presentaba ninguno de los caracteres típicos de un volcán. Por el contrario, a su juicio, la roca de dicho monte era sedimentaria, aunque más tarde se demostraría que esta hipótesis también era incorrecta.
Muchos años atrás, los incas intentaron conquistar el monte, como todos esos intentos acabaron de un modo trágico, afirmaron que el monte era, en efecto, invencible.
No fue así, ya que Gusffel se introdujo valerosamente en el laberinto de rocas, y escogió la ruta del norte, a la que creía libre de los obstáculos que suponían la nieve y el hielo. De este modo, acompañado de dos indígenas que le ayudaron en la travesía, consiguió superar todos los obstáculso que se le presentaron, y localizar el paso exacto.
Gusffel decidió entonces, que el Aconcagua debía ser un volcán, que escondía su cráter en un ángulo que Gusffel no consiguió visualizar.

Schiller quería comprobar por él mísmo, subiendo a la cima del monte, si era volcán o no, y acabó con la conclusión de que el Aconcagua no es un volcán activo, ni un volcán adormecido; ni tampoco un volcán que se haya apagado recientemente, sino un volcán que se extinguió en épocas muy remotas y que se tapó por un desprendimiento de cordilleras.
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