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Cumbre del Aconcagua vista aérea desde un helicóptero.


LA CONQUISTA DEL COLOSO




Desde tiempos muy remotos el ansia de alcanzar la cima del cerro más alto de América invadió el espíritu de exploradores, científicos y deportistas. Ya en 1833 el alemán Paul Gussfeldt con poquísimos elementos desde todo punto de vista – cartografía inexacta, indumentaria precaria, falta de datos preexistentes de otras expediciones – logra alcanzar los 6.560 msnm y con esta hazaña sienta las bases del andinismo.
Años después, en 1896 una importante expedición dirigida por el científico inglés Edward Fitz Gerald busca una ruta distinta a la emprendida por Gussfeldt e ingresando por el Valle de las Vacas, en territorio argentino, busca el pie del cerro pasando por Puente del Inca y luego por el Valle de los Horcones, encontrando de esta manera la ruta más propicia que se utiliza actualmente.
En 1897 un integrante de la segunda expedición de Fitz Gerald, el suizo Mathías Zurbriggen el día 14 de enero hace cumbre por primera vez en la historia del Aconcagua. Cuatro semanas después en compañía de Stuart Vínes y Nicolás Lanti, vuelve a alcanzar la cima por segunda vez.
El primer argentino en llegar a la cumbre del Aconcagua fue el Teniente Nicolás Platamura, formando parte de una expedición italiana, el 8 de marzo de 1934. Hasta el año 1946 la cima había sido alcanzada unas veinte veces por expedicionarios de distintas nacionalidades entre las que cuenta la primera exploración íntegramente argentina en el año 1942. En 1949 tuvo lugar la primera conquista femenina realizada por Adriana Bance.
Cerramos la crónica de los muchísimos intentos y logros por alcanzar la cima del “centinela de piedra”, haciendo mención a la expedición del año 1954, compuesta por varios franceses dirigidos por René Ferlet, que se abrieron paso por la muy dificultosa pared sur, en la que existen desniveles de 3.000 metros que hay que superarlos con sistemas de escalada artificial porque es una compacta masa de hielo y piedra.








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LOS HABITANTES PRIMITIVOS
Aunque aún permanecen dudas sobre algunos aspectos de los habitantes prehispánicos de la zona de Cuyo, se puede afirmar con suficiente certeza que ya al comienzo del Holoceno el territorio estaba poblado. En este período bandas de cazadores y recolectores no especializados recorrían el actual territorio mendocino. Su instrumental, constituido por un corto número de artefactos muy diferenciados, era fabricado sobre lascas y núcleos y no conocían las hachas de mano ni las puntas de flecha (Rodríguez, 1976). Las excavaciones realizadas por el arqueólogo Lagiglia en los valles de los ríos Diamante y Atuel sirvieron de testimonio para conocer que más tardíamente en la zona indicada ya se utilizaba el hacha y puntas de proyectil bifaciales (estas fueron posteriores al empleo del hacha). Más tarde aún, hacia el 2000 a. C., fecha establecida por registro con carbono 14, se determina la presencia de un grupo distinto a los anteriores y utilizan la llamada Gruta del Indio para fines ceremoniales o funerarios y presumiblemente vendrían de los Andes del sur peruano y del actual territorio de Chile. Hay estudios que hacen referencia a otras culturas prehispánicas que en distintos períodos ocuparon la zona prospectada; en el sector sur por ejemplo, más recientemente, la influencia de la cultura e idioma araucanos ha sido intensa (Serrano, 2000).
En el período hispánico los originarios que ocupaban la zona de Cuyo fueron los Huarpes. Estaban divididos en dos grupos con características distintas. Los huarpes de San Juan hablaban una lengua llamada allentiac y los mendocinos un codialecto llamado millcayac (Canals Frau, 1986).
El idioma de los huarpes es hoy conocido gracias a los textos elaborados por el Padre Valdivia y a grandes rasgos se puede referir que los del sector occidental, o sea que ocupaban en territorio del Parque Provincial Aconcagua, eran agricultores en escaso grado pero utilizaban irrigación artificial; como armas usaban el arco y la flecha y no fueron un pueblo guerrero. En cuanto a la vestimenta, según dice el Padre Ovalle, vestían con buenas prendas y los hombres utilizaban como distinción de su sexo una vestimenta similar a lo que hoy conocemos como camiseta. Las mantas y las prendas tejidas también componían su indumentaria.